Extractos
Cápitulos de los diferentes títulos de Ramón Amaya Amador.
Caoberos del Río Patuca
Primera parte
1
—¡Plaaaafff... plaaaafff... plaaaafff..!
Con un compás rítmico parte al agua el remo presionando a la corriente turbia, aparentemente mansa, del río Patuca. Cada inmersión del largo remo es una flexión en los bíceps poderosos del zambo Pa'Barona. La piel del negro está más oscura que la cara del río, pero, como ella, reluciente y lustrosa del sudor y gotas de agua. El sol, más allá del meridiano, parece que involuntariamente se aleja de ese juego salvaje de acicatear con sus rayos a los seres y las cosas. Ahora está dando de frente a los que van en el “cayuco” porque el río caprichoso y con cáncamos suaves, se despereza en un recodo. Las riberas glaucas parecen equidistantes del “cayuco”. Se ven los guarumos y cañaverales, y aislados, altos guanacastes con nidos de oropéndolas; los gritos de éstas son clarinadas alegrando el día.
Machetes siervos
Primera Parte
1
El sol puya directo sobre el quebrado lomo del Cerro de Las Lajas. En los pinares altivos hay una quietud doliente que no interrumpen ni los pájaros. Hora bochornosa en que los reptiles buscan abrigo bajo las piedras y la propia tierra, dura y retadora, iracunda para los pies tozudos y encaitados de los hombres. En el abra socolada donde sembraron la milpa, se oyen los tris-trás de los machetes al cortar los tallos semisecos del maizal devorado por la sequía, cipeado al jilotear.
Los mozos de la construcción
Libro Primero
El velorio
En la “cuartería de Don Tomás” hay extraordinario movimiento en esta noche. Por el portón de la calle entran y salen gentes de la vecindad. En la calle sin asfalto, un grupo de muchachos retoza alrededor de una hoguera; los mayores, más audaces, saltan sobre las llamas dando gritos de victoria, mientras los menores, imposibilitados para tal proeza, aplauden admirados. Eran niños descalzos, de ropas sucias y raídas y oscuras del polvo callejero. Serán unos quince o más, todos residentes en las viviendas pobres de la cuadra.
Prólogo
Con estridente ruido de frenos un automóvil azul se detuvo frente a la casa de departamentos Yúdice que se erguía, con su moderna arquitectura de bloque, frente a los terrenos del Hospital Municipal en el extremo sur de la ciudad. Del vehículo saltaron tres hombres jóvenes. Uno de ellos de mediana estatura y robusto, con anteojos oscuros, llevaba una pipa entre los labios sin duda apagada porque no despedía humo. Los otros dos más altos llevaban carteras de cuero color marrón.